domingo, 29 de julio de 2012

Draize-Test


LOS HORRORES DEL TEST DE DRAIZE Y SU FRACASO CIENTÍFICO


Por Milly Schär-Manzolli


Todos los experimentos con animales deben ser puestos a la misma altura: científicamente todos son erróneos y no fidedignos, y éticamente son todos intolerables.

El Draize-Test lleva el nombre de su inventor (John Draize), 1944) y se realiza para probar los cosméticos en los ojos y en la piel de los conejos. En realidad, hay dos tests: el “Draize Skin Test”, que concierne a la piel, y el “Draize Eye Test”, que concierne a los ojos. En general implica torturas en masa, por lo cual un gran número de conejos son aprisionados en aparatos especiales que inmovilizan al animal a la altura del cuello y de las patas.

Para efectuar el test de la piel, primero se afeita el pelo del lomo de los animales (generalmente conejos), luego se aplica un esparadrapo sobre la piel afeitada y se quita bruscamente unas cuatro o cinco veces hasta que también la piel es despegada y queda en carne viva. Entonces, directamente sobre la carne, se echa el desodorante o la loción cosmética que hay que probar. Se cubre toda la zona con gasas y vendas. Los animales quedan bajo observación durante diez días, las llagas que se forman en la carne viva debido al contacto con el cosmético a prueba son estudiadas, abiertas con lancetas y cerradas de nuevo. El “Draize Skin Test” se usa también para probar los jabones. Este hecho muestra la enorme idiotez de la experimentación animal: ¡el jabón se utiliza en la piel sana de los seres humanos y de ninguna manera en la carne gravemente herida de los conejos!

El “Draize Eye Test” consiste en verter o inyectar, mediante una pipeta o una jeringa, la sustancia que hay que probar en el saco conjuntival y en la córnea del animal (en este caso son también generalmente conejos). Normalmente se daña sólo un ojo; el otro se deja intacto a título de comparación.

La primera reacción del desgraciado animal es un abundante lagrimeo, luego –día tras día- la córnea, el iris y la conjuntiva cambian. El ojo se irrita e infecta, llegando a enfermar, y poco a poco es quemado por la sustancia sintética que lo corroe y lo estropea. La ceguera sobreviene cuando el ojo, hinchado y reducido a un balón purulento, no es más que un punto de dolor agudo en la cabeza del animal. Llegado a este punto el ojo es extirpado y examinado, sometido a pruebas anatómicas, etc. Algunos laboratorios matan a los conejos antes de extirparles el ojo, otros mantienen al animal con vida para poder usar también el otro ojo todavía sano. Una manera como otra para ahorrar dinero… Cremas, coloretes, barras de labios, esmaltes para las uñas, lociones para la cara, el cuerpo y el pelo, aceites de masaje, sales y aceites para el baño… todo lo que forma parte de la cosmética y deriva de materias primas sintéticas, tiene que ser probado en animales. A veces, antes de ser puestos en el mercado, también los productos de origen natural tienen que probarse con experimentación animal, si las leyes del país en el que van a ser vendidos lo exigen.

En Suiza existe una legislación especial que regula las pruebas de las materias primas de origen químico empleadas en la cosmética. Nos referimos a la Ordenanza del 12 de febrero de 1970, que en el Art. 4 (párrafo 4) prescribe unos test de toxicidad en ratones, y en el Art. 3 tiene el cinismo de establecer una lista de sustancias farmacológicas “con eficacia cosmética”, de las cuales una buena parte son notoriamente cancerígenas para el hombre. De hecho, entre las más de 150 sustancias mencionadas está el cloroformo, el formaldehído, el hexaclorofeno, la fenacetina, etc., todas mencionadas en la literatura médica por haber causado tumores malignos en los seres humanos. Sin embargo, es probable que estas sustancias no sean nada cancerígenas para ratas y conejos; por ésta razón, son vendidas tranquilamente con la eterna ilusión de que las reacciones de animales sean las mismas que las de los hombres.

¿Cuáles son estas reacciones en el sector de los cosméticos? Son de tal gravedad que no sería exagerado hablar de catástrofes, salvo que la lujosa propaganda de las industrias interesadas ha tenido la previsión de presentar productos nocivos y a veces mortales como milagros mágicos de seducción y de belleza.

El 15 de agosto de 1985, la influyente publicación médica americana “The Medical Letter” llamaba la atención sobre un problema bastante preocupante: los estrógenos artificiales, que forman parte de la composición de muchos productos cosméticos. Los estrógenos, o, más exactamente, las hormonas producidas sintéticamente como el estradiol, están particularmente presentes en las cremas para la cara, para el cuerpo y para el pelo, y sus efectos cancerígenos son conocidos desde hace décadas. Las cremas que contienen estrógenos, una vez absorbidas por la piel introducen en el organismo las sustancias oncóngenas, favoreciendo el desarrollo de cáncer en quien esperaba un tratamiento de belleza. Además, hay otros daños: trastornos sexuales, úlceras cutáneas, afeminamiento de los hombres con aumento del volumen de las glándulas mamarias (¡en Estados Unidos, unos chicos jóvenes que habían empleado demasiado a menudo una crema para el pelo a base de estrógenos, tuvieron que ser sometidos a una mastectomía!), hemorragias post-menopausia en mujeres, etc. Y hay que subrayar que, aunque algunos círculos médicos revelan lo escandaloso del tema, ni los legisladores ni tampoco los fabricantes parecen hacerles caso: ¡en la mayoría de los casos no hay obligación de declarar los ingredientes en la etiqueta de un cosmético! Su composición queda como secreto de fabricación.

Ya en 1978, la más prestigiosa revista médica inglesa, “The Lancet”, denunciaba los tintes para el pelo como productores de cáncer. La causa principal era el “diamisol”, una sustancia presente en la composición de casi todos los tintes y que, además de cáncer, provoca daños en los cromosomas de las células sanguíneas. Como siempre, cuando los daños de un producto llegan a ser conocidos, en vez de retirar los productos, los fabricantes intentan salvar sus ganancias; los dejan en el mercado mientras crean una coartada jurídica volviendo a hacer todas las pruebas con animales. Estando estas pruebas prescritas por la ley, y siendo las únicas reconocidas para comercializar algunos productos, así se ponen a cubierto de toda responsabilidad. Nunca mejor que en estos casos puede uno darse cuenta, tan claramente, cómo las leyes, que deliberadamente ignoran los obvios fracasos científicos de la experimentación animal, están preparadas y realizadas por la industria química.

En este caso específico, es decir, el de los tintes para el pelo, no se encontró mejor cosa que hacer que “¡alimentar a los animales de laboratorio con estos tintes!”. Así, en Alemania se les hizo beber a los conejos hasta ¡25 botellas de tintes para el pelo! (“Das Neue Blatt”, No. 33, 1978). Ocho años después (noviembre, 1986) la situación no había mejorado: el “Bundesgesundheitsamt” (BGA, la autoridad alemana para la salud publica) continuaba denunciando la existencia de sustancias cancerígenas en los cosméticos probados en animales, por ejemplo, el óxido de etileno, cancerígeno y, además genotóxico. Y, mientras tanto, la macabra farsa de la experimentación animal continuaba tranquilamente, también en el sector de cosméticos.

Teniendo en cuenta los escándalos que rodearon al formaldehído (declarado indiscutiblemente cancerígeno por toda una serie de autoridades sanitarias, entre ellas en Instituto Americano para el Cáncer en Bethesda y la Comisión Científica de la CEE), uno pensaría que este compuesto químico había sido retirado del mercado. ¡Todo lo contrario! Aún se usa como conservante y desinfectante en cosméticos tales como champús, jabones y espumas de baño. Hasta 1986 era el componente base de las pastillas que se vendían libremente en las farmacias para desinfectar las cavidades bucales irritadas a causa de resfriados, gripe, herpes, etc. El producto conocido como “Formitrol” (Wander AG, Berna) se usaba tan generalizadamente que todos podían comprarlo sin prescripción médica, incluso los niños. Además, estaba en el mercado desde hacía lo menos medio siglo, formando parte de los botiquines caseros y las madres lo administraban a los niños resfriados, quienes lo llevaban al colegio junto con la merienda. El “Formitrol” fue retirado del comercio hacia 1988, clandestinamente, sin que nadie explicase los daños que seguramente había causado a varias generaciones desde hacía, aproximadamente, medio siglo.

Los champús sintéticos puestos en el comercio después de las habituales pruebas en animales, contienen otras sustancias perjudiciales: tricloro-hidroxifenol, propileno glicólico, aceites de silicona, etc., sustancias en su mayoría cancerígenas, y que pueden modificar las glándulas sebáceas (pequeñas glándulas de la piel que segregan el sebo), favoreciendo la aparición de eczemas. (“Financial Times”, 27 ag., 1985).

La publicación científica “El Médico” declara: “Las enfermedades dermatológicas y alérgicas causadas por el uso de cosméticos, están muy difundidas ahora”. Y a esta afirmación siguen las pruebas: una lista impresionante de sustancias farmacéuticas, muchas de las cuales son empleadas también en cosmética, y que estropean la piel. He aquí algunas: antibióticos, vitaminas sintéticas, psicofármacos, laxantes, analgésicos, medicamentos cardiovasculares, etc., etc. ¡La gente cree que son cosméticos “garantizados” porque los vende el farmacéutico! Además, los productos de síntesis, estando compuestos por materias primas que no son naturales son mal asimilados por la piel, perjudicando la normal respiración de la misma, que se vuelve fláccida y arrugada.

Naturalmente, los fuertes intereses económicos que sostienen la industria de los cosméticos buscan ser protegidos como en la industria farmacéutica. El “Cosmetic Journal” (No. 2, 1980) sostiene la presunta necesidad de la experimentación animal en cosmética, igual que la industria farmacéutica la sostiene para los medicamentos. Una confortante noticia llega desde la Universidad de Papua, donde el equipo del Prof. Antonio Bettero (miembro de la LIMAV) ha descubierto un método para probar cosméticos, que no necesita el uso de animales. Un método a primera vista muy positivo, ya que, entre otras cosas, se basa en las relaciones del líquido lacrimal humano, y no en las reacciones del ojo de los conejos cuyos tejidos son diferentes a los del hombre.


* Fuente: Schär-Manzolli, Milly, Holocausto, ATRA - AG STG, 1ª ed., Suiza, 1996. pp. 166-170
Publicado en Revista Tiempo Animal No. 1, México.



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